Lautaro Rivero lleva horas en la Ruta 25 vendiendo alfajores en una cajita de cartón. En un olvidado semáforo de un olvidado kilómetro de la ruta provincial, a la altura de Moreno, es común verlo ofrecer Guaymallén de dulce de leche y chocolate a un precio casi simbólico. No hay margen si se vende poco. El «Guayma» solo deja ganancia si se vende por cantidad, así que Lautaro intenta colocar dos o tres cajas por día para volver con algo de dinero a casa. Ninguno de los que pasan por allí sabe que ese muchacho es jugador de River Plate, ni mucho menos que está a un paso de debutar en Primera División. Lautaro, que en 2024 se saca una foto con una sonrisa enorme, lleva cinco años siendo vendedor ambulante. Ya está acostumbrado, y se siente orgulloso: gracias a ese trabajo pudo alimentar su estómago, su espíritu y, por supuesto, a su familia.
Las primeras tácticas de venta las aprendió con los Amaya, los familiares de su novia Meli, todos vendedores ambulantes. Entonces, Lautaro volvía de entrenar, pasaba por un mayorista y compraba alfajores. Con lo que ganaba, podía ir a la casa de su novia e invitarle la merienda y la cena. Pasaron los años y cuando finalmente formaron una familia, Rivero y su pareja se tomaban el tren Sarmiento a las cinco de la mañana. Ambos bajaban en Liniers. Ella iba directo a trabajar a una fábrica de zapatos, hasta que quedó embarazada. Y él tomaba el colectivo para llegar a los entrenamientos de River. Las jornadas eran largas. Porque por las tardes, había que salir a ganarse la vida, resetear la cabeza y ponerse el chip de vendedor. Sin embargo, nunca se dejó vencer por el cansancio ni por el desgano. Tenía hambre de llegar a Primera. Tenía hambre de verdad.
Aunque empezó jugando como volante por izquierda, a medida que fue creciendo, por su porte y su seguridad con la pelota, lo pasaron a marcador central. Alguien que vive de la changa y del rebusque sabe también cómo rebuscársela dentro de una cancha. Hasta lo han visto pegando ladrillos y preparando mezcla: su padre, más de una vez, le pidió que lo ayudara en la obra. También, en épocas de fiestas, aprovechaba la temporada de regalos para ir a la Feria de La Salada a vender chasquibunes: esas diminutas bolsitas de pólvora inofensivas que hacen ruido cuando los chicos las tiran al piso. Desde pequeño su vida no había sido un páramo. En su casa había ocho bocas que alimentar, así que desde chico aprendió a pelearla. Aprendió que no servía esperar, sino que era mejor ir a buscar.
En 2021, después de tanto luchar, debutó en la Reserva de River. Pero pasaban los años y no llegaba la oportunidad en Primera. Así que, a mediados de 2024, River lo prestó por 18 meses para darle rodaje en otro club. Lautaro, junto a su pareja y su hijo, se mudó a Santiago del Estero para jugar en la Primera de Central Córdoba. Salió campeón de la Copa Argentina y fue figura en el debut de la Copa Libertadores, con un triunfazo ante Flamengo en el Maracaná. Apenas llegó a la provincia, en su día de descanso, se fue a jugar un torneo de penales en Ardiles con sus primos y amigos. Estaba descalzo, en un piso sin pasto y con mucho polvo. Pero se lo veía feliz.
Después de tantos semáforos, por fin había llegado.
*Hoy, Lautaro Rivero juega en la Primera de River. Y su historia de lucha tiene un giro que no puede atribuirse al azar. Lionel Scaloni lo convocó para la gira de la Selección Argentina en los Estados Unidos. De vender alfajores en una cajita de cartón en la Ruta 25 a compartir vestuario con los campeones del mundo🇦🇷❤️
Adrián Michelena ✍️
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