Colaboración Filósofo Carlos Bauer

Comparto el texto del presbítero Pablo Martínez que realiza una lectura de la teología filosofía e historia de la liberación articulando textos de Dussel, Boff, Bauer, etc., una interesante propuesta de lectura en clave descolonizadora, liberacionista y renovadora


Escuchar
El anuncio de «bienaventurados los pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos» (Lc. 6, 20) no siempre se acoge con el compromiso requerido. Al omitir estos versículos en muchos de los planes teológicos-pastorales se puede resultar funcional a un proyecto mayor que desde siglos nos atraviesa: la colonización. Kusch comenta que cuando peregrinó a una capilla del Cuzco, al entrar, sintió una gran desazón porque no había alcanzado el alivio espiritual que allí buscaba. Aún más, sintió que lo visto antes de entrar; el indio que rezaba, el borracho que danzaba y el niño que aullaba poseso, todo eso se había quedado afuera (Kusch, 2007, 9). Para él fue un indicio de negación del «otro» que es diferente, en donde pudo darse cuenta que la marginación al pobre, el indio, la mujer, tiene algo más que una cuestión de preferencias, que es parte de un sistema totalizante que consigue marginar a quienes les sustrae sus bienes.
Si la Teología no puede discutir con otros saberes, probablemente quedaría atada a una narrativa desencarnada que hace memoria de glorias pasadas con escasa o nula incidencia. La liberación propuesta por hombres y mujeres de gran lucidez intelectual comenzó cuando todos ellos abrazaron fraternalmente a su historia, la que los había engendrado, y que como tal es fuente perenne de vida. Gutiérrez la llamó a esta espiritualidad “Beber del mismo pozo”, Dussel la fundamentó filosóficamente bajo la denominación de “Analéctica para la Liberación” y Bauer la propone para estos tiempos como una filosofía sideral-orbital-extensa, y en todas estas perspectivas la Teología descentraliza el discurso hegemónico para mirar (escuchar) al pobre que suplica.

  1. Descolonizar la teología
    Para introducirnos en el quehacer teológico al que la comunidad político-económico-espiritual-ecológica asume desde sus bases más profundas, que son intersubjetivas, conviene identificar al Nosotros que la anuncia, haciéndola clamor y denuncia. Nos dice Bauer sobre el conocimiento entrecultural:
    “Se trata de formas de conocimientos liberadores, constructores de comunidad, de colectividad, de vida, de salud. Se trata de tipos de conocimientos ecológicos y limpios, que no destruyan, dañen y contaminen las condiciones que posibilitan el desarrollo de la vida para todos. Un tipo de conocimiento que no se reduzca a una cultura, sino que sea nuevo, entrecultural y que rescate de los confines a las distintas esferas de liberación. Se requiere valor y decisión para dejar de reproducir un tipo de lógica “universal” y predominante-mente destructiva” (Bauer, 2019: 29-30).
    Con esto, un primer paso epistemológico y ontológico en la destrucción de los límites infranqueables que interponen las disciplinas, a fin de transitar por fronteras de intercambios y encuentros. De asumirlo efectivamente, el quehacer teológico comienza a cruzar las fronteras, dialogando y, sobre todo, sintiéndose parte de la historia que le da vida.
    La apertura a una epistemología extensa y de vida va llevando a la teología hacia un cambio que teoriza desde y con la praxis. Bauer la llama a esta manera de pensar en sentido colectivo y popular como un «desconversar» el pensamiento dominante en donde se hace necesaria la descentralización de los puntos de referencia considerados como neurálgicos para la comprensión de la historia.
    De esta manera, la Teología cambia el foco de su problematización, se desmarca de su punto de partida en los principios formales de una Revelación transmitida a secas, como si no hubiese una humanidad enfrente que la espera, «que venga tu Reino, Señor», sino que parte de una historia en la que lo Revelado es la respuesta al pobre que suplica por su liberación. La inversión de los órdenes favorece al encuentro entre-cultural del pueblo pobre con un anuncio liberador ofrecido en la misión de Jesús de Nazaret, en sintonía con la tradición bíblica.
  2. Abertura anahistórica
    Cuando nos disponemos a la escucha senso-conciente de la historia de nuestros pueblos, ésta nos revela (teofanía) la hermosura de su diversidad, desgraciadamente sentenciada a no-ser según la lógica de los colonizadores, lo que, para ellos, debe crecer y progresar. Aquella voz que se escucha viene de lo que está más allá (anós), grita su opresión, la injustica de la que debe liberarse. Es la voz histórica de los pueblos que si ha sido silenciada es porque tiene algo para reclamar, y que otros quieren callar. El camino de la liberación le pone el cuerpo y la voz a la historia, siguiendo a Marx también, en plena conciencia de clase, ya que entiende que “la historia como filosofía primera, senso-viva/senso-consciente, consiste en la clara idea de que la fuente (las fuentes) que es por sí misma, emerja y redireccione a la historia como historia de liberación” (Bauer, 2022:13).
    Así, escuchando las voces de la injusticia, la historia se revela en toda su profundidad como única e irrepetible, apartándose de la lectura hegemónica que se hace de ella. Una Teología con abertura anahistórica escucha los Evangelios de los pobres, siempre actual en los pueblos quienes, como el Israel bíblico, claman por la venida del Reino. La abertura anahistórica esquiva la erudición occidental de aprender la historiografía de Occidente como origen de nuestros aconteceres, más bien se construye como un sujeto Nosotros-Vosotros alterativo y diverso, aceptándose, en primer lugar, como lo «Otro» que ha sido borrado, y no como una proyección no realizada del centro europeo-occidental. En este campo de convergencias y divergencias está velada la historia que viene luchando porque vive, aunque sus colonizadores la dan por muerta.
    Los Evangelios de los pobres pueden leerse en la vida de los pueblos porque son anunciados en sus constantes luchas por el Reino de la igualdad y la justicia, anticipado en la profecía de Isaías (25, 6-12) y significado en los gestos del partir el pan de Jesús (Lc. 9, 10-17 y Mt. 14, 13-21). La presencia mesiánica del Hijo del Hombre, el Servidor del Señor así denominado por Isaías, hace justicia al pobre y lo sienta en la única mesa donde el pan es repartido y compartido.
  3. Analéctica desde y con los pobres
    Transcurrieron varios intelectuales que abordaron a los pobres de la Biblia como una categoría ineludible de sus trabajos de investigación. La mayoría de ellos comprendieron que los pobres del Señor, en los profetas, en los escritos deuterocanónicos y cuanto más en los Evangelios indica una noción reveladora de una misteriosa esclavitud humana, de la que hay que liberarse. Y en esto no agregamos nada a las innumerables interpretaciones hechas a los textos sagrados. Sólo me referiré a dos conceptos, el aportado por la Teología de la Liberación de los mártires de El Salvador y el de Dussel, trabajado por Bauer en su Anápolis.
    En el compendio editado en Centroamérica, que reúne una serie de textos elaborados por docentes y pastores abocados a la actividad militante-liberadora, encontramos, como por citar un párrafo integrador, que los pobres sufren las injusticias y a ello debemos dirigir toda nuestra atención, porque “no cualquier lucha por la justicia es encarnación del amor cristiano, pero no hay amor cristiano sin lucha por la justicia cuando la situación histórica se define en términos de injusticia y de opresión” (Ellacuría, 1990: 143). Para estos teólogos la liberación es la praxis que encarna la ley dada en los Evangelios y llevada al punto de extremo de la muerte en la persona de Jesús.
    Por otro lado, la reflexión de Dussel, fundamentalmente en su obra de madurez, les otorga a los pobres un sentido colectivo de pueblo empeñado en su liberación, esto es; su autogobierno, el disfrute de sus recursos, la lucha por la descolonización. Seguimos el trabajo de Bauer quien refiere de los pobres:
    El pueblo se constituye por las clases dominadas como la clase obrera-industrial-campesina-estudiantil, pero además por grupos humanos y humanas que cumplen prácticas de clases esporádicamente, como los marginales denominados por el sistema (Bauer, 2016: 127).
    Al convenir en una vía analéctica, devenida en anadialéctica por su forma marxista latinoamericana de interpretarse, el pueblo que busca liberarse lo hace liderado por el testimonio de hijos de su tierra que los movilizan, poniéndose al frente de la lucha. La Teología de la Liberación resguarda en su memoria un trabajo puesto al servicio de los pueblos latinoamericanos y sedimentado en la sangre de sus mártires, quienes anunciaron con su muerte que el grito de los pobres corre por las venas de nuestra historia, cual sangre siempre viva.
    La sangre de los profetas de estos dos últimos siglos se vierte dando vida a través de la muerte (vida) de profetas que. mediante su intelectualidad anahistórica y analéctica, abrevan la historia que la concibió como fruto de sus propias raíces. Nos estamos refiriendo a un pensamiento que nace de la historia, su filosofía primera, el principio formal-material de su vida.
  4. La teología en la orbitalidad de la Anapolis
    El Cristo de Galilea de acuerdo a los relatos bíblicos se desplazaba por distintas zonas porque se sentía un hermano de la humanidad. No se atemorizaba ante quienes lo intimaban para que desista de su anuncio, al contrario, si se trataba de una injusticia la reclamaba ante sus autores y ejecutores. Y esto porque él era, junto a los otros, una víctima de la injusticia, es decir, tenía claro que no estaba afuera del entorno, sino que era parte de la comunidad. Si vale, al menos para ingresar por este lado a la noción de comunidad anapolítica, consideremos este ejemplo a los fines de construir nuestra teología, abandonando los envoltorios de mesianismos artificiales, o de profetismos virtuales en las redes.
    En encuentro analógico y dando voz a lo que grita a través de la miserabilidad a la que nos condena el capital, la anapolítica nos permite, ante todo, sentirnos parte de una gran hermandad. Aquí es donde la teología se abre a la historia para sentir-concientemente que una espiritualidad comienza a forjarse en la orbitalidad y no en la linealidad. Por eso, la propuesta de una anápolis surge como vía para realizar la anadialéctica:
    Polis plural, entrecultural y entreespiritual concebida como una idea o visión de la realidad en sentido poliédrico, el cual articula diferentes dimensiones necesarias y fundamentales de dicha realidad (Bauer, 2022:114).
    Más allá de una idea de resistencia a lo extranjero, que puede incurrir en un racismo y por tanto ser nociva para una arquitectónica de liberación, la primera abertura será la de desmitificar la ciencia dogmática que impone un cúmulo de premisas que llegan ya procesadas. Y este paso inicial se da en la historia, en sentido orbital, comenzando por escuchar lo negado, que es en donde se hallan los brotes de la liberación.

Conclusión: hacia una sabiduría ecológica de entreculturas
Con lo dicho hasta aquí, claro está que corremos a su centro la formalidad dogmática-occidentalizada que pretende regir la vida de los pueblos, imponiendo una normativa coercitiva, ajena a las necesidades y clamores más urgentes. La presente reflexión teológica surge de los márgenes hacia donde ha sido desplazada para transformarse en su propio centro vital. Para una mayor comprensión de estas afirmaciones que convergen en sus antecedentes próximos, recurrimos a la noción de historia como filosofía primera, en su apertura analéctica.
La propuesta analéctica-anadialéctica de la historia confraterniza en el Nosotros-Vosotros y lucha contra un destino de muerte al que nuestros pueblos son sentenciados, mediante el cual, cual Nabot de este siglo, el proyecto colonizador nos destruye para apropiarse de lo que nos pertenece. En el Nosotros-Vosotros, la intersubjetividad escucha al Otro silenciado a través de dispositivos de totalización de pensamientos y costumbres, es decir, el sometimiento a una ética disciplinante que lo obliga a la ofrenda de sus propios bienes.
En la historia de los pueblos se vive una generación ininterrumpida, la matriz que puede dar a luz a sus hijos y a la vez hermanar en la diversidad ecológico-económica-analógica. Su pecado proviene del desconocimiento de la hermandad, el pecado de Caín que mata a su hermano, Jacob que se apropia de la primogenitura, los hijos de Salomón que dividen el reino de su padre. El hermano, el Otro, con quien estoy unido por una misma matriz histórica y con quien la relacionalidad deshecha cualquier riesgo de desigualdad. La fraternidad, el Nosotros-Vosotros de la intersubjetividad ha sido profanada por la colonialidad del sujeto-objeto, nosotros y ellos, occidente y los pueblos conquistados, instalando los racismos de superioridades-inferioridades.
Escuchamos la voz de los que gritan, al mismo tiempo que escuchamos la voz de mando de los que los hacen callar. La perspectiva teológica confraterniza en la escucha de sus hermanos, unida en la lucha por la liberación. Jesús, y tantos personajes bíblicos, como así también la profecía de Dussel, Martí, Mariátegui, Astrada, Marx, Bauer, aparecen en nuestra historia como referentes del pueblo oprimido. Por ellos comprendemos que la secularización del poder, que hostiga contra la fraternidad diezmada por el pecado de la avaricia, es un buen arranque para descolonizar nuestra teología.

Referencias
Bauer, C. (2016). Anápolis. Comunidad inclusiva, ecológica, económica, pluricultural.
Bauer, C. (2019). El vuelo del colibrí. Phillos.
Bauer, C. (2022). Ensayos anapolíticos. Contribuciones para una historia de la liberación. Generis.
Boff, C. (1990). “Epistemología y Método”. En En Mysterium liberationis. Tomo I. Trotta.
Ellacuría, I. y sobrino, J. (1990). “La Iglesia de los pobres”. En Mysterium liberationis. Tomo II. Trotta.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *